El asenso de las dos serpientes
alrededor del Caduceo indican la formación de esa fuerza increíblemente
Poderosa.
Esta gran fuerza existe bajo dos
formas: el bien y el mal. Partiendo esta fuerza de un mismo centro, ella se
eleva innumerables circunferencias por medio de innumerables potentes rayos.
La
fuerza, sexual. La fuerza el la libido, es impulso de participación, de difusión,
de comunión de dos seres macho y hembra. Así se forma esta rueda compuesta de
varias ruedas que giran unas en otras y que vemos flamear en la visión de
Ezequiel. La cadena de transmisión establece la unión entre las generaciones
sucesivas.
El punto central es positivo de un
lado y negativo del otro.
Al lado negro, se enlaza la serpiente
negra; al lado blanco, se liga la serpiente blanca. El punto central representa
la libido creativo, y es en el lado negro donde comienza el morbo.
La serpiente negra engendra la
corriente fatal; la serpiente blanca, el movimiento libre y luminoso. El punto
central puede representarse simbólicamente por la Luna, y las dos fuerzas por
medio de dos mujeres: la una blanca y la otra negra.
La mujer negra es la Lilith caída, la
mujer pasiva, la infernal Hécate, que lleva el creciente lunar en la frente.
La mujer blanca es María la virgen,
que tiene al mismo tiempo bajo los pies el creciente lunar y la cabeza de la
serpiente negra.
Podemos explicarlo más claro, pues
tocamos el misterio de todos las enseñanzas. Ellos se tornan infantiles a
nuestros ojos y tememos herirlos.
El dogma del pecado original, de
cualquier forma que lo interpretemos, supone la preexistencia de nuestras
almas, si no en su vida particular, por lo menos en la vida universal.
Luego, si alguien puede pecar sin
saberlo en la vida universal, debe ser salvado de la misma manera; pero esto es
un Gran Secreto.
La Luz, el rayo de la rueda, la
cadena de transmisión iniciática, vuelve recíprocamente solidarias a las
generaciones y determina que los padres sean castigados por sus hijos, a fin de
que, a través de los sufrimientos de sus vástagos, los padres puedan alcanzar
la propia salvación.
Es por esto que, conforme a la idea,
el iniciado desciende a una caverna y luego se le abren las puertas de la
Logia, sube al cielo de iniciación, llevando preso consigo el cautiverio.
Y la vida universal exclamó: ¡Hosu!
Pues había roto el aguijón de la muerte.
Los antiguos hierofantes griegos
representaban las dos fuerzas simbolizadas por las dos serpientes, por medio de
dos criaturas que luchaban entre sí, sujetando un globo con los pies y otro con
las rodillas.
Los dos seres eran Venus y Minerva.
El amor loco y el amor sabio. Su lucha eterna mantenía el equilibro del mundo.
Si no admitiéramos nuestra existencia
personal antes de nuestro nacimiento en la tierra, deberíamos entender por
pecado original, una depravación voluntaria del magnetismo humano en nuestros
primeros padres que, al destruir el equilibrio de la cadena divina, habría
otorgado un funesto predominio a la serpiente negra, es decir, a la corriente
astral de la vida muerta y cuyas consecuencias sufriríamos nosotros, los hijos,
como esas criaturas que nacen raquíticas debido a los vicios de sus padres,
debiendo sufrir el castigo de faltas que no cometieron.
Los sufrimientos extremos de los
antiguos iniciados, las penitencias excesivas de los buscadores de la Gran Luz,
habrían tenido como fin hacer contrapeso a esta falta de equilibrio tan
desmedida, que acabaría por arrastrar al mundo a la conflagración. La gracia,
es decir, la serpiente blanca, simbolizada por la columna B, sería la corriente
astral de la vida, cargada de los méritos de la Redentora Luz.
Los vicios, los dogmas, serían la
corriente astral de la muerte, la serpiente negra simbolizada por la columna J
manchada con todos los crímenes de los hombres, escarnecida por sus malos
pensamientos, llena de venenos resultantes de sus malos deseos; en una palabra,
El Magnetismo del mal.
Entre el bien y el mal el conflicto
es eterno. Son siempre irreconciliables. El mal es condenado para siempre a los
tormentos que acompañan al desorden, y es por eso que, desde la infancia, no
cesa de solicitarnos y atraernos para sí. Todo lo que las religiones dogmáticas
afirman de Satán se explica perfectamente por este espantoso magnetismo, ese
Satán que no es otro que nuestra propia negatividad, tanto más terrible cuanto
más fatal, y tanto menos temible para la virtud, a la que no podría alcanzar,
porque ésta, con el auxilio de la gracia, puede resistirle.
La serpiente de bronce
Números 21
Después partieron del monte de Hor,
camino del Mar Rojo, para rodear la tierra de Edom; y se desanimó el pueblo por
el camino.
Y habló el pueblo contra Dios y
contra Moisés: ¿Por qué nos hiciste subir de Egipto para que muramos en este
desierto? Pues no hay pan ni agua, y nuestra alma tiene fastidio de este pan
tan liviano.
Y Jehová envió entre el pueblo
serpientes ardientes, que mordían al pueblo; y murió mucho pueblo de Israel.
Entonces el pueblo vino a Moisés y
dijo: Hemos pecado por haber hablado contra Jehová, y contra ti; ruega a Jehová
que quite de nosotros estas serpientes. Y Moisés oró por el pueblo.
Y Jehová dijo a Moisés: Hazte una
serpiente ardiente, y ponla sobre una asta; y cualquiera que fuere mordido y
mirare a ella, vivirá.
Y Moisés hizo una serpiente de
bronce, y la puso sobre una asta; y cuando alguna serpiente mordía a alguno,
miraba a la serpiente de bronce, y vivía.
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