lunes, 28 de enero de 2013

EL TRABAJO DEL APRENDIZ


Desbastar la piedra bruta, acercándola a una forma en relación con su destino: he aquí la tarea o trabajo simbólico al que tiene que dedicarse todo Aprendiz para llegar a ser el obrero que posee enteramente su Arte.

En este trabajo simbólico, el Aprendiz es a la vez obrero, materia prima e instrumento. 

Él mismo es la piedra bruta, emblemática de su actualmente todavía muy imperfecto desarrollo, a la que tiene que convertir en una forma, o perfección interior, que se halla en estado latente dentro de esa imperfección evidente, de manera que pueda tomar y ocupar el lugar que le corresponde, de acuerdo con el Plan, en el edificio al que está destinada.

Dado que la Perfección es infinita, y en su estado absoluto inasequible, únicamente podemos esperar acercarnos a la perfección ideal que nos es dado concebir, en el estado o etapa de progreso en que actualmente nos encontramos. 

Nuestro progreso se desarrolla, pues, a través de grados sucesivos de perfección relativa, y el propio reconocimiento de nuestra imperfección por un lado (la piedra bruta), y el de un ideal que anhelamos, por el otro, son las primeras condiciones indispensables, para que pueda haber un tal esfuerzo o trabajo.

El trabajo mismo consiste en despojar a la piedra de sus asperezas, poniendo primero en evidencia las caras ocultas en el estado de rudeza de la piedra; luego, rectificando esas caras, alisándolas y quitándoles todas aquellas protuberancias que la alejan de una forma armoniosa como la que es preciso lograr.

Es importante notar que no se trata de acercar la piedra a la forma de un determinado modelo exterior, si bien esto puede servir de incitación e inspiración, sino que el modelo o perfección ideal ha de buscarse dentro de la misma piedra, de cuyo fuero íntimo ha de ser manifestada o educida la forma propia que a cada piedra idealmente le pertenece.

O sea, saliéndonos de la metáfora, se trata de reconocer y manifestar la perfección innata del Ser Intimo, de la Idea Divina que mora en cada uno de nosotros, cuya expresión relativa y progresiva es el objeto constante de la existencia.

LvxCan

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