Por Hno.'. Gustavo Echeverri Vera 33°
Estamos a mediados de agosto del año
de gracia de 155. En la ciudad turca de
Esmirna hay una gran agitación, pues Policarpo, su obispo cristiano, ha sido
aprehendido por los esbirros del califa, quienes se disponen a aplicarle un
tormento mortal: la pira.
De nada valieron los gritos y
protestas de la multitud, ya que una vez que Policarpo terminó de decir sus
oraciones, los guardias armados procedieron a encender el fuego.
Las llamas no tardaron en crecer, y
fue entonces que comenzó a manifestarse un raro prodigio: el fuego, formando
una especie de bóveda, hizo un muro alrededor del cuerpo del mártir, sin
afectarlo en lo más mínimo.
Y por si esto fuera poco, mientras
el fuego se mantenía apartado de Policarpo, éste empezó a desprender un perfume
exquisito, semejante al incienso, y que aún la gente del califa pudo apreciar.
La gente decía que era el aroma de
santidad del obispo.
El término olor de santidad se
refiere a los aromas de origen desconocido que en ocasiones acompañan a algunos
místicos que llevaron vida ejemplar.
Resulta difícil precisar cuándo y
dónde fue acuñada esta expresión, pero indudablemente el caso de Policarpo, el
cual llegaría a ser canonizado como santo, es uno de los primeros en los que se
habla de un perfume místico. De ello
dieron fe numerosos testigos en un documento muy confiable: la famosa carta de
los cristianos de Esmirna, en donde se describe todo el episodio.
El santo no fue liberado por
desgracia. Al percatarse de que el fuego
no consumiría el cuerpo de Policarpo, los esbirros del califa aplacaron las
llamas y lo ejecutaron directamente, traspasándole el pecho con un puñal.
No obstante, al ser retirado el
cuerpo para recibir sepultura, éste seguía despidiendo ese aroma tan exquisito
como sorprendente.
Hasta ahora, ningún crítico ha
puesto en duda la veracidad de la carta que relata los hechos. Y algo semejante ha ocurrido con otros
comentarios que relatan casos igualmente pasmosos.
Osmogénesis es el término derivado
del griego (osmos: olor y génesis: engendrar), que ha acuñado la parasicología
para este fenómeno que parece rebasar las leyes físicas. O si no, ¿cómo puede un cuerpo humano común y
corriente emanar fragancias tan inusuales como exquisitas?
Sin embargo, numerosas crónicas
fidedignas narran que así sucedió con santa Teresa de Jesús, san Juan de Dios,
san Pascual Bailón, san Vicente de Paúl, entre otros santos católicos, así como
con religiosas como Victoria Colonna y Catalina de Cardona. ¿Acaso se operó en todos ellos un milagro?
Actualmente la iglesia católica se
cuida mucho de utilizar dicha expresión, porque la moderna parasicología ha
avanzado lo suficiente como para dar explicación a numerosos prodigios, sin
necesidad de recurrir a la divinidad.
Esto, claro, no excluye la
posibilidad de los hechos milagrosos que son tan caros a los creyentes y que se
suelen recoger oficialmente durante los procesos de canonización.
Estos procesos, contra la creencia
popular, son muy estrictos y no con facilidad dan crédito a los prodigios
supuestamente obrados por místicos y religiosos.
No obstante, en un estudio realizado
por el competente parasicólogo y a la vez sacerdote jesuita, Herbert Thurston,
encontró no menos de 42 santos, beatos y religiosos de cuyos cuerpos se
desprendían aromas de origen desconocido.
Sin duda, el caso más extraordinario
corresponde no a un santo, sino al padre Pío, un sacerdote italiano que
falleció en 1968.
Según consta en anales laicos y
religiosos, toda su vida se vio rodeada de hechos asombrosos, entre los cuales
destacan el haber sufrido los estigmas de Cristo y una tremenda crisis de
hipertermia (elevación anormal de la temperatura corporal), llegando a
registrar 48,5 grados.
El padre Pío fue conocido sobretodo
por su don de ubicuidad y por sus curaciones paranormales, pero no menos
inquietante resulta el olor de santidad que siempre rodeó a su persona.
Ese aroma no podía deberse a alguna
fragancia que el utilizara, ya que en primer lugar, el voto de humildad de los
capuchinos los obliga a utilizar exclusivamente agua y jabón en su aseo
personal y en segundo lugar, quienes pudieron aspirar el aroma, refieren que no
se parecía a ningún perfume conocido.
Aparte de que podía manifestarse a
distancia e incluso en la ausencia del religioso, como en cierta ocasión en que
un paciente de peritonitis agonizaba y no hacía sino pedir la presencia del
padre Pío. No pasó mucho tiempo para que
en el cuarto del enfermo se manifestara un delicioso perfume cuya fuente nadie
supo precisar. En esta ocasión nadie
pudo ver físicamente al padre Pío, pero tras la aparición del aroma misterioso,
se produjo una mejoría increíble en el enfermo, quien finalmente sanó.
Otro ejemplo lo hallamos en las
crónicas que narran la muerte se san Simeón el Estilita en 459. Como se sabe, este místico llevó una vida
ascética en lo alto de una columna, en donde vivía en permanente comunión con
Dios.
Periódicamente Antonio, su discípulo
predilecto, le llevaba agua y alimentos, pero un día el ermitaño no respondió a
sus llamados. El joven trepó hasta la
plataforma y halló muerto a su maestro.
Pero no sólo esto, su cuerpo exhalaba un perfume como hecho de muchas
especies.
Así, un hombre que había pasado los
últimos años de su vida a la intemperie, sufriendo las más grandes carencias,
al morir emanaba una suave fragancia, en vez de las emanaciones fétidas de un
cadáver.
Otro tanto sucede con el perfume que
emanaba de la celda de santa Catalina Ricci, y que continuó también en su
tumba.
Durante el proceso de canonización,
cerca de 30 hermanas del convento de Prato, atestiguaron bajo juramento que el
perfume procedía de la celda en que murió y en donde se guardaba el cadáver en
una cripta.
El perfume en cuestión no podía ser
comparado con ningún otro, natural o artificial, y tal fragancia perduró más de
un año, a pesar de que su cuerpo estaba encerrado en un ataúd de plomo.
Esta es otra de las características
que distinguen al olor de santidad de los perfumes comunes: tiene una asombrosa
persistencia y ningún material ofrece una barrera contra él.
En el caso de Rosalina de
Villenueve, una religiosa francesa fallecida en 1329, y cuyo cadáver permaneció
incorrupto, el aroma se abría paso hacia el exterior a través del ataúd y de la
lápida.
El fenómeno de la osmogénesis rebasa
la religiosidad y de hecho se ha dado dentro de otros contextos.
Paramhansa Yogananda, el respetado
maestro espiritual de la India que
visitó Estados Unidos en los años cuarenta, refiere en su autobiografía haber
conocido personalmente a Gandha Baba, un místico hindú cuyo cuerpo no sólo
emanaba perfume, sino que podía producirlo a voluntad en otras personas. No se trataba de sugestión o hipnosis, ya que
Yogananda le pidió que perfumara una flor artificial, cuyo aroma no solo era
perceptible a su regreso a casa, sino que duró intacto muchos meses.
Uno de los seguidores de Gandha Baba
le dijo a Yogananda que aquel había aprendido los secretos del perfume corporal
de un sabio maestro tibetano, pero al parecer no es necesario ir al Tíbet para
conocer dicho secreto.
El propio Yogananda fue
protagonista. Este yogui murió en 1952, a la edad relativamente precoz de 59
años, pero tras su muerte, sus seguidores se percataron de que su cuerpo no
mostraba las huellas del deterioro o descomposición usualmente asociadas a los
cadáveres y por añadidura, despedía una fragancia exquisita.
Algo muy semejante tuvo lugar el
siglo XVI con Teresa de Ávila (también
conocida como Santa Teresa de Jesús), que mas tarde seria canonizada co0mo
santa.
En su LIBRO DE LAS FUNDACIONES,
Santa Teresa habla de Catalina de Cardona, una dama española muy piadosa que
sin ser religiosa, llevó una vida de soledad y oración en el convento de las
Carmelitas. Sus compañeras aseguraron que en torno a doña Catalina flotaba un
aroma igual al de las reliquias y tan fuerte que ellas no vacilaron en
atribuirlo a Nuestro Señor. Ese perfume invadía también su hábito, el cual
quedó impregnado durante mucho tiempo.
Santa Teresa, aparte de religiosa
fue una de las mentes más lúcidas de su tiempo y estuvo completamente
convencida de la realidad del fenómeno, según se desprende de los párrafos
anteriores.
Y por si esto fuera poco, más tarde
se registraron diversas manifestaciones de osmogénesis en esa misma orden.
En lo concerniente al perfume
corporal post mortem, no hay probablemente mejor ejemplo en la historia, ni
pruebas tan abundantes ni convincentes que con los restos mortales de la propia
Santa Teresa, que perduraron por lo menos seis años emitiendo un dulce olor aún
tras ser inhumados.
Pero la ciencia ¿qué opina? Por lo
pronto, nada. Este es uno de los tantos fenómenos que han sido desechados a
priori como espurios. Simplemente los hombres de ciencia estiman –a pesar de
todas las pruebas.-que algo así es sencillamente imposible-.Es lamentable, porque
se trata de un fenómeno lo suficientemente interesante como para merecer una
amplia y ambiciosa investigación.
Un caso ocurrido durante el proceso
que la Iglesia siguió en 1631 a las monjas del convento de Loudun, las cuales
estaban presuntamente poseídas por el demonio. Sor Juana de los Ángeles, la
priora del convento, fue también objeto del exorcismo, y al término de éste con
gran sorpresa, los padres exorcistas descubrieron que de una zona del pecho de
la religiosa había comenzado a manar una exudación que llenaba la habitación de
una hermosa fragancia, impregnando incluso su hábito de manera permanente.
¿Este aroma, provenía de Dios o del diablo?
Esa es una pregunta crucial, que sin
embargo, quedó en el aire. Tradicionalmente el olor asociado al diablo es uno
repugnante, el del azufre. ¿Pudo en esa ocasión cambiar a uno fragante? ¿O ese
perfume solo estaba evidenciando la intervención divina?. ¿O más bien, todo se
debió a un fenómeno fisiológico desconocido desencadenado por el inconsciente
de la religiosa?
Se sabe que en algunas sesiones
espiritistas se han producido olores correspondientes a esencias conocidas:
almizcle, sándalo, clavel, patchouli y otros, pero ha sido imposible determinar
si provenían de espíritus desencarnados o de las personas presentes. El
misterio de la osmogénesis que parece lindar entre dos mundos, continúa tan
impenetrable como siempre.
Para saber más:
o
El
enigma de los cuerpos prodigios.
M. Eliade y
otros.
o
Mystics
and men of miracles of India Mayah Balse.
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